Atraído por el exotismo de América, Rugendas dejó atrás su Baviera natal y cruzó el Atlántico para conocerla. Diez años estuvo en Chile dando, por primera vez, forma pictórica a las costumbres nacionales. Su colorida obra, que retrata la vida cotidiana del nuevo país, es un legado esencial para la identidad chilena, y una impronta duradera en el incipiente arte nacional..